viernes, 15 de junio de 2018

Nos ponemos mundialistas: reseña de "Eugenio Onieguin", de Alexander Pushkin

Empezó el Mundial de Fútbol en Rusia (creo que están todos enterados, jaja) y es una buena excusa para enganchar el tema con los libros. Así que hoy presento un libro de uno de los autores rusos que más me gustan. Ojalá que se lo lleven anotado :)

Título: Eugenio Onieguin

Título original:  Yevgueni Oneguin

Autor: Alexander Pushkin (me niego a usar "Alejandro")

Año de publicación: 1825

Traducción: Nina y Anatole Saderman

Calificación: 🌟🌟🌟🌟🌟






En los pedestales literarios siempre hay algún libro que hace todo lo posible para que la gente dude del motivo de su permanencia en ese lugar. Según mi parecer, este no es uno de ellos. Mientras se lee se percibe su vigencia, se respira la atmósfera de los personajes, se viven sus tensiones. Y sí, también sus desfallecimientos. Esta historia abarca todo en pocas páginas: el hastío, el amor, el rechazo, las convenciones sociales, las apariencias y las verdaderas esencias. Suena a mucho, pero está tratado de una forma que ni decepciona ni crea la sensación de estar hablando de todo y de nada al mismo tiempo.

La trama es (más o menos) sencilla. El personaje del título es un joven que no se dedica a nada, salvo a asistir al teatro, fiestas y demás diversiones. No quiere compromisos, pero le encanta conquistar por deporte. Su vida es rutinaria y él, casi por consecuencia, padece de melancolía. Un día, le avisan que un tío que tiene una finca en el campo está muy enfermo y que desea verlo. Eugenio acude al llamado (no sin quejarse), el tío muere y entonces él se da cuenta de que el cambio de aires no le vendría nada mal. Allí conocerá a Lenski y se hará amigo de él. Y por medio de este muchacho conocerá a Tatiana, que tiene un papel fundamental en esta historia. 

En primer lugar, es destacable la voz del narrador. Inscripto en el romanticismo, Pushkin se tomaba muy en serio lo que hacía y buscaba que el texto tuviera una personalidad, un Yo marcado, así que no es extraño que sea un protagonista más de la historia. Es diez veces más molesta que la de Mark Twain en Las aventuras de Tom Sawyer, pero tiene unas intervenciones tan útiles, certeras y bellas (salvo cuando habla de los “piececitos” de las damas y de cómo los hacen sufrir y blah blah blah) que uno se olvida por completo de eso, salvo que padezca de intolerancia a los escritores “pretenciosos”. A veces hasta se da el lujo de opacar lo que está ocurriendo con sus criaturas, ya que retrasa la acción al divagar por temas profundos o superficiales. Los asuntos más interesantes, según mis gustos, son los de la oposición ciudad- campo y las continuas menciones a poetas y obras de teatro de la época (hayan muerto o no).

En segundo lugar, pero no menos importante, está la intensidad de los personajes. Hay un balance muy delicado entre los pares Oneguin- Lenski y Tatiana- Olga. Tan delicado es que los que deberían cruzarse por similitudes en el carácter no lo hacen. Todos cometen sus errores y ninguno intenta repararlos, algo que parece extraño y un poco adrede para que la historia continúe. La incapacidad de razonar y la exaltación de los ánimos desatan las consecuencias, así que bienvenido sea. Me hicieron acordar a los personajes de las tragedias griegas o shakesperianas, en donde sufren una especie de ofuscación que no les permite cambiar el rumbo de los acontecimientos y se precipitan a lo peor, por no pensar antes o por no poder ganarle al destino. Oneguin no se hace querer, pero tampoco se hace odiar y eso es un punto a favor. Reitero la preponderancia de Tatiana en el libro, por su temeridad al hacer algo que en su tiempo era inesperado. Y aunque el resultado no sea el más feliz, es un punto de quiebre y lleva la narración a otro nivel. El final me sorprendió gratamente y creo que está muy bien ubicado en mi ranking personal de “conclusiones que me dejaron en shock”. Si Pushkin buscaba un golpe de efecto, lo logró. 

Hay miles y miles de cuestiones para hablar sobre Eugenio Oneguin pero creo que recomendarlo con toda la fuerza recomendadora (?) del mundo es suficiente. Se puede decir mucho de Pushkin y mucho de Oneguin (¿serán la misma persona?). Curiosamente, hay una escena que después se replica en la vida real del autor, hecho que da un poco de escalofríos. En fin, es un libro memorable y vale la pena leerlo, sobre todo porque me dejó más claras las razones por las cuales el autor era tan genial. 

La relectura me produjo más admiración y era esperable. Después de leer La hija del capitán (ya voy a traer su reseña) una entiende que Pushkin era excelente forjando personajes complejos que eluden el acartonamiento que podría producir la exaltación del patriotismo o del hastío, por ejemplo. Si bien esta novela en verso fue compuesta por partes, las costuras, por suerte, no se notan (salvo en las estrofas que se eliminaron y dejaron su huella) y la historia siempre sigue su curso. No quería dejar de notar que hay un humor muy ácido en las observaciones sobre la vida en sociedad (a la que Pushkin entró no sin cierta reticencia), tal vez resentido, y hasta salpican las palabras de Lenski, el poeta. Maravilloso.


Estoy preparando, para el viernes siguiente, más recomendaciones, pero centradas en los países participantes ¡Que tengan buen fin de semana!