martes, 29 de agosto de 2017

"Dzhan", de Andrei Platonov: rara avis



Título: Dzhan

Título original: Dzhan

Autor: Andrei Platonov (1899- 1951)

Año de publicación: 1935

Traducción: Amaya Lacasa

Calificación: 🌟🌟🌟


Tu pueblo tiene miedo de vivir, ha perdido la costumbre y no se lo cree. Hace como si estuviera muerto, porque si no, los fuertes y los felices vendrán de nuevo para atormentarlo. 


Cuando terminé la primera lectura de libro sentí desasosiego y no pude convencerme de lo bueno que era, de lo diferente que era. Me molestaba todo: las relaciones repentinas, la gente inmóvil, el protagonista silencioso, el maltrato a las mujeres (niñas, en particular) y la quietud de la narración mientras sucede todo eso. Pero esta vez, en la relectura, traté de hacer un pacto con Platonov: iba a “dejar ser” a su libro, siempre y cuando me involucrara más con lo que sucedía en él. No falló. Si bien es difícil meterse en la piel de una cultura tan distinta, hay algo en lo que sucede que se siente universal.

El protagonista es el joven Nazar Chagatayev, un economista recibido en Moscú al que envían desde el partido comunista a buscar a un pueblo nómade (del cual él es originario) para “hacer el socialismo”. Ese pueblo se llama a sí mismo dzhan (“alma”, en turcomano) y se ubica principalmente en Turkmenistán (hay otras zonas que actualmente son compartidas por varios países asiáticos, pero menciono uno para no marear, ya que yo misma tuve que mirar mapas). Chagatayev abandona a una familia conformada muy deprisa en los primeros momentos del libro y va como emisario del partido. Encuentra lo que queda del pueblo después de haber sido masacrado por el hambre y, más que el socialismo, tendrá la ardua tarea de inculcarles la voluntad de vivir. Ni más ni menos.

La galería de personajes no es muy amplia, pero es curiosa. Hay personas a la que uno cree que va a despedir en algún momento de la novela y otras que se van sin avisar. Es tremendo el manejo que tiene Platonov de la descripción de un grupo que parece estar en stand by y que de pronto suelta una frase o realiza una acción que comprueba que todavía vive. Creo que ahí estuvo cimentada mi desesperación durante la primera lectura: no podía soportar la tensión entre una fuerza vital (Chagatayev) y una fuerza agonizante (la del pueblo). Una de las cosas que me provocó algo de rechazo fue ver a una niña de doce años actuando como una adulta y siendo considerada como una. Se entiende en el contexto, por la cultura, aunque no apoyo la mirada romántica sobre una menor de edad (la filosofía esa de “cuando sea mayor, te servirá de esposa” me da escalofríos). Tuve que lidiar con esa sensación incómoda hasta que, con el paso de las hojas, la chica en cuestión se convierte en un pilar fundamental de la historia y va borrando esa imagen. Hay otro personaje que me gusta y se llama Sufián, que es el que dice la cita del principio de la reseña. Es el intérprete del pueblo, en varios sentidos.

Lo que no pude superar es el poco realismo con el que se dan algunas situaciones, como la relación entre Chagatayev y Vera del inicio. Es el único momento en donde percibí que había una celeridad en las cosas que no repercutía en nada en la trama (creo recordar que la novela tuvo varios finales, así que se habrán perdido el hilo de alguno de ellos) y que me impactaba por unas escenas que, a pesar de tener un contenido muy triste, rayaban la ridiculez. No pude conciliarme con eso de ninguna manera. 

Platonov es uno de los tantos escritores que quedaron solapados por el brillo enceguecedor de los autores rusos del siglo XIX, desde mi humilde perspectiva. Tuvo un destino similar a varios de los del XX: afiliado al comunismo, fue perseguido y censurado por Stalin. Leí uno de sus cuentos ("En el mundo hermoso y pérfido") y es muy bueno, además de tener signos peculiares que demuestran la transformación que estaba atravesando Rusia (y el mundo entero) con la implementación de las máquinas, por ejemplo. Dzhan no se escapa de eso, sobre todo cuando en medio de la nada alguien ve luces y lo define como “algo inteligente de allí donde vivían los bolcheviques”. Y también hay un costado muy cálido en donde a los animales, por ejemplo, se los personifica, ya que ellos también sufren el hambre (el propio y el ajeno).

Así que Dzhan es un libro que puede parecer raro a primera vista porque es muy diferente a la linealidad de las novelas rusas del siglo anterior y cuesta adentrarse a una historia de esta índole. No hay bailes, no hay nobleza, no hay desamores, pero hace recordar a Fiódor Dostoievski por la carga filosófica que tiene. El cambio repentino es brusco, pero descubrir la belleza de una novela tan corta se vuelve una sorpresa agradable.